Ya lo dijo San Agustín, un hombre de mundo donde los haya, que abrazó el cristianismo después de vivir la vida pero bien, muy requetebien vivida, o no...; de eso sabía bastante su madre: Santa Mónica. San Agustín es uno de los padres de la filosofía que nos decía que la clave estaba en nuestro interior, en la introspección. La felicidad está en nosotros mismos. He aquí un ejemplo o una parábola de nuestros días en la que se deja claro cómo hay que buscar la felicidad y cómo, de seguro, la encontraremos. Un profesor le dio un globo a cada estudiante, cada estudiante tenía que inflarlo, escribir su nombre en él y tirarlo después en el pasillo. Todos los globos eran del mismo color. El profesor mezcló todos los globos. A los estudiantes les dio cinco minutos para encontrar su propio globo. A pesar de una intensa búsqueda, nadie encontró su globo. En ese momento, el profesor les dijo a los estudiantes...