Ya lo dijo San Agustín, un hombre de mundo donde los haya, que abrazó el cristianismo después de vivir la vida pero bien, muy requetebien vivida, o no...; de eso sabía bastante su madre: Santa Mónica. San Agustín es uno de los padres de la filosofía que nos decía que la clave estaba en nuestro interior, en la introspección. La felicidad está en nosotros mismos.
He aquí un ejemplo o una parábola de nuestros días en la que se deja claro cómo hay que buscar la felicidad y cómo, de seguro, la encontraremos.