Solemos llamarlos personas víricas o vampiros emocionales. Son esos perfiles que, a través de sus emociones negativas, nos contagian hasta el punto de drenarnos, dejándonos agotados, con cefaleas y envueltos en un velo ceniciento de desánimo. Para los científicos, estas dinámicas pueden mermar por completo nuestro equilibrio mental debido al curioso impacto que tienen en el cerebro.
Resulta fascinante cómo la psicología popular sabe poner nombres tan precisos a determinados comportamientos. Llamar “vampiro emocional” a quienes, con sus palabras o actitudes, nos abocan a un malestar indefinido, es una metáfora certera. Si alguien busca un cubo para echar su basura, que no sea tu mente, decía el Dalai Lama.
Cualquier experto te dirá que, además de robarnos la energía, estos individuos nos contagian su propio estado emocional. Imaginemos a un nuevo compañero de trabajo que nunca habla de nada positivo. Siempre está en estado de queja. A pesar de preguntarnos constantemente por qué debemos escuchar esas cosas, no podemos evitar contagiarnos de su negativismo, lo que reduce nuestra productividad laboral. De hecho, hay estudios que llaman a estos individuos “manzanas podridas”. Son aquellos que, con su actitud negativa, pueden infectar a toda una plantilla, creando entornos laborales hostiles donde más de un trabajador puede acabar pidiendo la baja por sentirse quemado.
Sin embargo, este fenómeno no se limita al ámbito laboral. Los vampiros emocionales están en todos lados: en la familia, entre los amigos, incluso en nuestras propias relaciones amorosas. Y sus dinámicas son siempre las mismas.
También debemos considerar el sistema de neuronas espejo, encargado de registrar y procesar las expresiones faciales y el lenguaje corporal de las personas. Este sistema no solo registra, sino que también se contagia de los estados emocionales de quienes nos rodean. Los científicos dicen que algunos son más sensibles que otros a esta impregnación, lo que puede crear un cóctel envenenado para nuestra salud psicológica.
El efecto del estrés químico en nuestro cerebro, combinado con el contagio de emociones negativas, hace que deseemos una cosa: escapar.
Nos encantaría decir que basta con alejarse de los vampiros emocionales, -que existir existen, esto es como las meigas-. Pero esto es un eufemismo, porque pocos pueden dejar su trabajo solo porque hay una “manzana podrida”. Tampoco podemos alejarnos para siempre de ese familiar que nos quita la felicidad cada vez que se acerca.
Como bien dijo Víctor Hugo, es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien.
Un buen libro para profundizar en este tema es "Emotional Contagion: Studies in Emotion and Social Interaction".
Hay claves para conservar tus energías
Defiende tu energía. Entrénate en desactivar el impacto de los demás sobre ti. Repite para ti mismo: “ellos consumirán mis energías tanto como yo se lo permita”.
Racionaliza. Detén a quienes solo hablan de cosas negativas con asertividad: “en lugar de quejarte, reacciona contra lo que no te gusta”, “háblame de cosas positivas por una vez”.
Aprende a decir “no”. Di que no tienes tiempo para escuchar críticas, que te niegas a ser partícipe de rumores y, sobre todo, a ser maltratado de cualquier forma.
Llega un momento en que se debe tomar conciencia de las propias necesidades para evitar que otros parasiten nuestra vida y calma.
Puesto que no siempre podemos rodearnos de personas que nos traigan equilibrio y felicidad, aprendamos a manejar a quienes nos traen vientos huracanados con respeto y madurez, pero también con la firmeza de saber lo que queremos.