La infancias, si se sitúa en el rincón del desafecto, está señalando a un hijo olvidado por alguno de sus progenitores o por ambos a un tiempo.
El fenómeno del "hijo olvidado" describe a los niños que, al no ser amados por sus padres o por alguno de ellos, quedan relegados al rincón del desafecto. Si el problema está en la madre y el padre está todo el día trabajando, se produce la situación perfecta para que el niño tenga este problema.
Este olvido emocional persiste en la adultez, ya que el sentimiento de haber sido privado de una infancia amorosa y segura, -hasta incluso cuando haya sido segura-, los mantiene conectados a ese trauma infantil.
Daniel J. Siegel, en su libro "Parenting from the Inside Out" introduce el concepto de "cultura de la vergüenza", que se adapta perfectamente a estos niños que crecen avergonzados o tímidos; y confundidos, por la falta de reconocimiento, comprensión y afecto en su familia.
El hijo olvidado es el que carece de un papel significativo en su hogar. Peor se lo ponen si existe un segundo hijo al que se presta toda la atención del mundo y es el foco único de atención. En este caso al síndrome del hijo olvidado se sumaría el síndrome del príncipe destronado.
Estamos ante un niño que pide sin recibir, que aprende que llorar es inútil, que nunca se ve reflejado en los ojos de sus padres ni recibe su calidez o consuelo. Cuando ve cariño en su padre, cuando por fin llega a casa, después de jornadas maratonianas de trabajo, el niño le estará eternamente agradecido, porque en la psique enferma de su madre parece no tener acogida alguna. Al contrario, gritos, regañinas, etc. El niño desarrollará enfermedades, incluso tic, puede ser incluso víctima del síndrome de síndrome de Procusto, o sea que la madre quiere que todo se ajuste estrictamente a lo que dice o piensa y hace que el que sufra las consecuencias sea el niño, que generalmente es un niño bueno, obediente, incluso puede estar por encima de la media en inteligencia y/o sensiblidad. Puede que despierte envidia en su propia madre, que piensa que a ella no le fueron tan "bien" las cosas. Todo un mundo.
Cuánto más insegura es una persona, una madre en este caso, más probabilidad hay de que no encaje saludablemente los triunfos de los otros, incluso los del propio hijo.
Hay casos en los que, esta envidia o incapacidad de alegrarse por el bien del otro se transforma en rabia, en perfidia, en intolerancia, en agresividad hacia la persona que sobresale (dirá de su propio hijo que es un niño repipi) o destaca por algún motivo (algo que ella considera que es una cualidad de la que ella carece). Esto es el Síndrome de Procusto. La madre llegará a boicotear a su propio hijo o hija e intentará eclipsarlo porque considera que sobresale, que le hace sombra a ella, llegando en algunos casos a menospreciarlo abiertamente, a ofenderlo en público o incluso a mantener actitudes discriminatorias o de acoso a lo largo de toda la vida.
Este hijo puede ser víctima de una madre con esta madre podría padecer síndrome de Munchausen que es una forma de maltrato infantil, con frecuencia la madre, provoca daño o induce en el niño síntomas reales y/o aparentes de una enfermedad, con la finalidad de curarlo a posteriori. Es un sentimiento de culpabilidad sublimado para hacer parecer ante los demás como madre buena y salvadora. Aquella pérfida que va contra su hijo para intentar sacar rédito del mismo de la peor de las formas posible.
Estos niños no encuentran un verdadero hogar, esto significa que no encuentran tampoco un lugar en la vida, No hay una voz reconfortante que les asegure que todo estará bien.
A estos niños no se les enseña a creer, ya sea en la vida o en sí mismos.
Los niños son presas de esta "cultura de la vergüenza" y terminan perdidos en un abismo de desarraigo, rabia y silencio, una realidad desalentadora que, muy desgraciadamente, abunda en la sociedad.
Aunque tendemos a asociar al hijo olvidado con familias disfuncionales marcadas por la violencia o la inmadurez parental, también puede encontrarse en hogares aparentemente normales y prósperos.
Estos son los hogares donde los padres, a pesar de ser amables y exitosos, están constantemente ocupados, dejando al niño emocionalmente desatendido; o donde uno de los progenitores es un desequilibrado que paga su frustración en la persona de su propio hijo o hija.
Un ejemplo común es el niño que pasa largas horas en la escuela y en actividades extraescolares, que regresa solo a casa con sus propias llaves y cuyos padres, agotados por el trabajo, no tienen tiempo ni energía para interactuar con él. Peor si la madre está en casa y sí que podría atenderlo emocionalmente como es debido, pero vuelca su atención en otras cosas o en otro hijo, tal vez, como hicieran con ella en su infancia.
Esta falta de un amor auténtico y de una paternidad consciente y presente constituye una forma de maltrato infantil, el maltrato emocional del propio hijo.
Nadie debería crecer en el rincón del desafecto.
La infancia en este entorno de sombras y vacío emocional genera conflictos internos que pueden tardar décadas en resolverse.
Elizabeth Kübler-Ross, en su libro "El duelo y el dolor" argumenta que las infancias traumáticas requieren un duelo particular, comparable a una cirugía emocional para ordenar sentimientos caóticos como la rabia, la decepción y la depresión.
El hijo olvidado frecuentemente se convierte en un adulto inaccesible, que prefiere pasar desapercibido y tiene dificultades para establecer relaciones significativas.
Estos adultos siguen atrapados en la cultura de la vergüenza, en aquella timidez, cuestionando constantemente por qué les fue negado el amor necesario para construir una identidad sólida; o, simplemente, preguntándose constantemente ¿por qué?.
Ningún niño merece vivir en el rincón del desafecto.
Los niños necesitan ser atendidos con cariño incondicional, tiempo, paciencia y consuelo.
Solo así podrán crecer en un ambiente donde la luz y el amor son constantes, permitiéndoles desarrollar una identidad saludable y relaciones significativas en su vida adulta.