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Hablar en público

Hablar en público es un estresor de primera que, además, enfrentamos recurrentemente, pues de alguna u otra forma siempre estamos hablando en público. Pero lo peor es cuando hay que ponerse ante un gran auditorio. 

La tensión que esta circunstancia provoca en nosotros tiene que ver, entre otras cosas, con el hábito, con la seguridad o inseguridad que sintamos, con el tipo de auditorio, el deseo de comunicar bien nuestros planteamientos.

Para algunas profesiones es especialmente difícil conjugar timidez y poco hábito, por ejemplo, 
archiveros y bibliotecarios, por mucho que estén habituados a tratar con público, lo suyo es trabajar callados con la documentación y además, de forma individual en gran porcentaje del tiempo total laboral.

Hablar en público se puede convertir para algunos individuos en una forma de miedo, pánico escénico, a veces, en un estresor que puede conducir a la ansiedad. Todo ello es independiente de si el colectivo al que el orador va a dirigirse es un grupo numeroso o reducido; o si es un auditorio de caras conocidas o no.
 
La sintomatología puede variar de intensidad y forma según los individuos, pero al pánico escénico van a acompañar siempre ciertos síntomas como vergüenza, rubor,  temblores, sudoración, palpitaciones o aumento de la frecuencia cardíaca, falta de oxígeno y dificultad para respirar, tensión muscular, etc.

Hay que saber que tanto el mundo académico como el laboral progresivamente exigen esta capacitación para la comunicación; y también hay que saber que toda esta sintomatología se puede afrontar. La terapia de choque y el hábito harán un buen camino, técnicas de relajación y autohipnosis, la confianza en el dominio de la materia será un factor clave. Progresivamente se irán viendo cambios y la serenidad se apoderará de la persona. Es importante que el sujeto se entrene en dominar su aspecto físico, mental o cognitivo de la ansiedad, es importante practicar la asertividad.

 



 


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