Lejos estamos de aquella Antigüedad Clásica, de aquella Edad Media en que se tenía tiempo para todo, si comparamos una pieza medieval con una pieza musical contemporánea podemos entender mucho mejor la sed de tiempo que tenemos hoy. Mientras antes había tiempo para todo ahora no hay tiempo para nada, si un día tuviese 48 horas aún nos faltaría tiempo. Vivimos estresados, sobre la prisa, como si nos estuvieran persiguiendo y...eso NO ES VIVIR.
Para vivir hay que saborear, aunque sea un poco, el instante, darse cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor, saborear, darnos cuenta de lo que hacemos, de lo que nos pasa, de lo que tenemos, del valor de la compañía de los demás...
Si vivir rápidamente no es vivir, habrá que aminorar la marcha para no pasar por la vida sin que la vida haya entrado en nosotros.
Realmente el tiempo o la falta de tiempo se han convertido en una epidemia, en una pandemia, son una enfermedad que sufrimos contemporáneamente.
La gente conduce deprisa creyendo que así da lecciones de hacerlo mejor, hablan deprisa para decir más, hablar más o hablar de más. No tienen en cuenta que cuanto más se hable más posibilidades se siene de decir alguna tontería. No conduce mejor el más rápido, no es más listo, no es mejor conductor, tampoco es mejor orador el que habla más deprisa, no dice más cosas, no influye más en los demás, al contrario, con tanto palabrería el auditorio, el contertulio, el amigo, puede perderse entre tantas palabras.
Parece que hablar más rápido se ha hecho sinónimo de inteligencia y de más altas capacidades, cuando a lo largo de la historia, hablar rápido, era síntoma de mala educación. Cuando estudiábamos francés la profesora nos decía que cuanto más rápido hablara el francés, de peor extracción social era; esto era, a mayor rapidez léxica menor educación, a menor educación, más chavacanería, más vulgaridad, de la vulgaridad a la exclusión social no había nada.
Vivir lentamente hoy parece sinónimo de ineficiencia o claramente de ineficacia.
Hacer las cosas despacio, significa para muchos ese “perder el tiempo” que es como un pecado mortal, esa concepción lleva implícita la creencia de que cuanto más rápido mejor y no es así. Cuanto más rápido mayor posibilidad existe para cometer un error. A los niños, hace años, cuando les costaba algo en su aprendizaje, se les decía: "Nunca corrió Nicolás y llegó como los demás". En realidad, esto no es ortodoxamente así, si Nicolás no corrió, no llegó como los demás, llegó mejor, sin prisas, sin aturrullarse, sin equivocarse tanto probablemente, sin caerse, sin, sin, sin...
No perdemos el tiempo, perdemos la vida que no aprovechamos, que no sentimos, que no vivimos entre el principio y el final de una acción. Perdemos la vida entre tanta prisa, entre rapideces y agobios y esto no sirve de nada, solo para dejar de vivir. A ritmo de vértigo la vida se funde, se volatiliza, se esfuma. A veces somatizadamente en forma de infarto o ictus, si no vivimos la enfermedad en forma de estrés, ansiedad, infarto, ictus, etc., vivirá en nosotros y hasta puede llevarnos a la muerte. El vértigo no tiene sentido.
Vivir de prisa es no vivir porque en esa dinámica perdemos muchas cosas que dan sentido a la vida; y, el contacto con cada experiencia es mínimo, casi inexistente, como si no viviéramos. Vivir deprisa hace que se pierda la esencia de muchas cosas, por eso vivir deprisa realmente es no haber vivido. Siempre pensando en llegar al futuro el sujeto se olvida del presente, que es lo único que tiene y pasa por la vida sin tener nada.
Alejandro Dumas polarizaba entre bien y mal, lentitud y prisa. Decía: “El bien es lento porque va cuesta arriba. El mal es rápido porque va cuesta abajo”.
Vivir rápidamente implica obviar los pensamientos, el sujeto evita pensar, pierde consciencia, no interioriza, no digiere, no piensa, no procesa lo que le pasa, no tiene tiempo para ello, no lo vive en definitiva. No hay un instante para la reflexión, el hombre no busca su centro, no se encuentra consigo mismo. Simplemente corre, corre, corre, para llegar a la siguiente meta en el menor tiempo posible pero no se da cuenta de los éxitos o de los fracasos, no los procesa, no los interioriza, no los asume. No los vive. No vive.
Esta filosofía de la prisa, tan contemporánea, se somatiza en nuestro organismo, estimulado hiperbólica y permanentemente. Si vives depresa, envejeces deprisa sn realidad sin haber vivido. Vivir deprisa implica altas dosis de adrenalina y cortisol que es la hormona del estrés. La prisa crea adicción, lo mismo que el alpinismo u otro deporte de riesgo. Vivir más lentamente hará envejecer más lentamente y más sanamente.
El ritmo desenfrenado al que el hombre contemporáneo se ha acostumbrado se cobra sus tasas:
- No queda tiempo para respirar profundamente
- aumentan las probabilidades de enfermar
- el estrés será el detonante de la aparición de dolores y más dolores en el cuerpo de su víctima.
Vivir más lentamente contribuye a tener una buena salud física y mental.
No solamente el hombre se ha acostumbrado a vivir deprisa, pretende a la vez hacer varias cosas a un tiempo. Rentabilizar el tiempo habla de personas eficientes en una sociedad al extremo consumista y competitiva.
No se trata en realidad de abarcar mucho y apretar poco, se trata de hacer las cosas bien, pero eso es imposible con prisas. Hoy día, la rapidez se ha convertido en nuestra vida en un elemento tóxico.
La vida está contemporánemaente planteada a un ritmo vertiginoso, pero la velocidad extrema reduce en el individuo su nivel de tolerancia, para aguantar ese ritmo tiene que desarrollar un nivel considerablemente alto de estrés. En muchas ofertas de trabajo sorprendentemente se pide experiencia trabajando bajo presión. Esto debería ser ilegal porque es nocivo para la salud. No estamos contratando esclavos, estamos trabajando con personas en pleno siglo XXI.
Los detalles que muchos consideran pequeños son los más grandes porque son los que hacen vivir, disfrutar de tu gato, de tu perro, de tu amigo plumífero (canario, loro...), de tus hijos, de tu familia... Si no disfrutas con ellos a tope tendrás una sensación de vacío muy honda cuando ya no sea posible. Tenemos que ser protagonistas de nuestras vidas.
Frente a la aceleración la paciencia pierde significado, mejor dicho, se obvia, se ningunea porque la paciencia como concepto no pierde significado alguno. Sin paciencia el sujeto se enerva y lo hace porque no quiere ni puede permitirse demora alguna.
Vivir así es estar en una rueda que gira sin cesar y va cada vez ma´s rápido pero por ello no deja de ser la misma rueda, no hay salida, el sujeto entra en ella joven y cuando quiere darse cuenta se ha convertido en un achacoso anciano que se pregunta cómo ha llegado a este punto sin ni siquiera haberse enterado.